Mientras bailaban el danzón en un solo ladrillito, cada uno descubrió el amor en la mirada del otro. Se dejaban llevar por aquella melodía tan dulce como el melao de caña. Y así estuvieron toda la noche, entre boleros y danzones, compartiendo palabras y sudores. Descubriéndose, saboreando los sentimientos que solo la música es capaz de sacar a la superficie. Cuando estaba a punto de amanecer, la orquesta se quedó en silencio, pero ellos siguieron allí, abrazados, eternos, esperando la próxima canción.
Belkys Rodríguez Blanco ©