Al bebé Bodie y a sus padres
Tenía solo diez meses de vida cuando la ambulancia lo llevó al hospital más cercano. Los médicos intentaron salvarlo pero las lesiones eran muy graves. Una voz temblorosa y emocionada le habló a sus padres sobre la posibilidad de que los órganos del pequeño Bo fueran donados a otros recién nacidos gravemente enfermos. No vacilaron. Ambos firmaron la sentencia de vida de cuatro personitas que agonizaban a la espera de un milagro.
Cuentan los cirujanos que en la primera operación para trasplantar los órganos de Bo, se abrió una de las ventanas del quirófano y envuelta en un haz de luz entró una mariposa Monarca que se posó, ante la mirada incrédula del personal sanitario, en la frente del primer bebé. Nadie se atrevió a mover un solo músculo. Y así sucedió durante las otras tres intervenciones. La mariposa entraba, se posaba en la frente de los niños y allí permanecía hasta el final. Luego desaparecía por el mismo agujero, custodiada por el rayo de luz.
Antes de lo previsto, los enfermos comenzaban a recuperarse. Gorjeos y risas salían de las habitaciones de los pequeños y una extraña energía sanadora recorría la sala de pediatría como una melodía ondulante. Uno de los especialistas se atrevió a afirmar que el milagro se debía a la aparición de un polvillo dorado sobre las heridas. Nadie del personal hospitalario lo había aplicado y aunque intentaban limpiarlo, volvía a aparecer a los pocos minutos. Con tanto ajetreo, ninguno se había dado cuenta de que la mariposa Monarca no descansaba. Volaba de una habitación a la otra susurrando extraños cánticos y esparciendo los polvillos mágicos sobre las heridas.