Bendito domingo con la nostalgia y su artilugio sadomasoquista dejando surcos sobre la piel de los recuerdos. Ella lo sabe mejor que nadie. Por mucho que lo intente no puede escapar de la mueca trágica de las heridas. Y a pesar de todo sonríe y busca en el desván el traje de princesa que le cosió la abuela hace más de treinta años. Aún conserva el aroma de aquella anciana de cabellos blanquísimos y amables. Cierra los ojos y se deja llevar por la melodía del Vals sobre las Olas y el sabor agrio del primer beso. Luego el príncipe pensó que era más lucrativo convertirse en pirata y una noche de tormenta fue tragado por el abismo del horizonte, el mismo que ahora se extiende ante sus pies y la invita a probar la fidelidad de sus alas.