En su mirada distraída reconozco el sosiego, lo simple del amanecer en otras costas, el recuerdo de aquel día cuando me empeciné en irme a pescar con mi padre en aquella barca que no paraba de ondular mientras yo echaba el estómago por la boca. Tuvimos que regresar al puerto y mi viejo se quedó ese día sin sus biajaibas. Era domingo, como hoy, y yo supe entonces que el mar se me daba bien desde la orilla, como a él que, ahora, sentado en el muro, piensa quizás en ella, en las últimas caricias y sostiene con firmeza la caña. Un par de sargos yacen a su lado. Me recuerdan a las biajacas que me enseñó a pescar mi abuelo con el jamo, en las zanjas de San Vicente. Mi abuela sabía cómo prepararlas para que su carne de pez de agua dulce no supiera a tierra. También íbamos los domingos a pescar el abuelo y yo. Siempre con su cámara Lubitel lista para dejar constancia de cada minuto juntos.