A Juan
La lluvia y el abrazo. El agua que lame con parsimonia las aceras y los sentidos. La frialdad que despoja de incertidumbre la noche. Las gotas sobre los adoquines y las confidencias. Una canción en los labios de ella. El deseo en las manos de él.
Caminan tan juntos que el aliento parece uno solo. El paraguas es un estorbo. Tanta ropa es un inconveniente. Ellos parecen ajenos a una lluvia que debería ser otoñal pero el verano es porfiado y no quiere marcharse, tal vez porque como viejo sabueso olfatea los abrazos y las caricias aún por estrenar.
La lluvia cae con su acento pausado sobre una ciudad en penumbras. Ellos siguen abrazados sin importarles las fachadas que los espían, las farolas que los delatan. Continúan avanzando sin prisa, mojados, las cabezas muy juntas, los susurros y las risas a la intemperie, las miradas que se buscan mientras los labios se reconocen.