Querida Ángeles:
No hay mariposas donde vivo ahora. Hace un par de días vi una pequeñita que pasó fugaz como una estrella blanca en el cielo estival. No se ven muchas estrellas en la ciudad; de todas maneras, yo siempre pido un deseo, por si alguna se mueve sigilosa, como cuando éramos unas chiquillas y soñábamos con las hadas y el príncipe azul. Sigo creyendo en las hadas, claro, y en las mariposas como tú. Los príncipes y los caballos blancos se quedaron atrapados en las páginas de los cuentos.
Por suerte, el mar donde reposas está muy cerca. Me gusta caminar por la orilla y pensar en ti, en tu sonrisa, tu optimismo, tu fuerza y tu valentía. Cada ola me trae tu esencia, tu mano en mi mano y tantas confesiones. Cuatro años sin ti es demasiado tiempo. Sigo sin entender por qué tuviste que marcharte. La vida es una gran incógnita y también la muerte. Sin embargo, estoy segura de que mientras siga creyendo que eres una mariposa tropical, te mantendrás viva y a salvo.
Amiga mía, te echo de menos y a veces hablo contigo, sobre todo en la quietud de la noche. Quiero recordarte siempre en mis palabras. Necesito creer que regresas cada día en esas olas que acunan estas costas; rebelde como la espuma; tenaz como las rocas; aleteando, siempre aleteando, mi mariposita habanera.