A Diego por su corazón noble.
Con el mismo jamo con el que el abuelo le enseñó a pescar biajacas en el río, intentó cazar una aurora boreal para ti. La noche estaba tan quieta y fría que todas las hojas de los árboles se habían quedado como dibujadas en un gran lienzo invernal. Había tantas estrellas como pensamientos en su cabeza. La escarcha iba adornando su pelo como una corona de cristales finísimos. Luego los colores más vivos se fueron moviendo a su antojo por el cielo. El violeta era su preferido.
El hada lucía un traje muy largo y vaporoso. Ella también ondulaba en el viento gélido, y el tejido de su falda iba cambiando de color como los tentáculos de la aurora boreal. Ella también quería abrazarla y abrazarte, encerrarla para siempre en el jamo del abuelo. Pero los colores y tú se volvieron escurridizos y aletearon más allá del brillo de las estrellas. El hada se quedó ensimismada en una esquina del violeta, mientras tú contemplabas en silencio aquella danza multicolor, abrazado al silencio de la noche más fría.
Belkys Rodríguez Blanco ©