Yemayá la observaba desde la cresta de una ola. En lo alto del acantilado ella lloraba por un amor imposible. Las lágrimas rodaban por las piedras y al mezclarse con el salitre se convertían en perlas. La madre de los peces y los orishas se acercó a la orilla y desplegó los caracoles. Su manto azul se extendió como el propio cielo. Desde lo más profundo del océano se escuchó el canto de las sirenas y los delfines.
Yemayá habló en la lengua de los dioses y de su garganta brotó como una flor silvestre la más dulce de las melodías. Ella enjugó sus lágrimas y se acercó recelosa a la orilla. Las olas lamieron sus pies y sanaron su alma. La diosa que todo lo sabe le entregó una concha y le contó un secreto. Ella sonrió y se fue caminando sobre el manto de rosas blancas que ahora cubría la ribera. La diosa regresó a su cabalgar sobre las olas. Ella se alejó hacia la tarde repitiendo en un susurro su nombre.
Belkys Rodríguez Blanco ©