La espera

Malecón de la Habana
La ciudad en su quietud, callada se desliza hacia la noche; altiva y sigilosa como gata en celo. En el ronroneo se diluye el eco de sus pasos. Balcones que penden indiferentes sobre la calle empedrada.  Los colores se marchan cabizbajos y se refugian en la línea intangible que hay entre tus manos y el mar.
 
Sentada en el muro, ella sueña con una isla que fue tragada por la desidia y la ausencia. Hay otro muro, donde acaba el océano; castigado por tantos huracanes se cae a pedazos en la memoria. Lentamente se pasa la lengua por los labios para sentir la dureza de la sal y el sabor del beso que espera agazapado en tu boca.
 
La tarde silenciosa se regodea en la espera. Ella sigue sentada en el muro, la mirada fija en el aleteo empecinado de la gaviota; buscando la luz de un faro que guía los barcos en otras costas. Heridas y naufragios. Azul atlántico e indomable. Tempestades que la zarandean y la devuelven a la realidad.
 
Resignada, cierra los ojos e imagina el abrazo tibio, el gemido impaciente, la caricia furtiva en la yema los dedos. Se le eriza la piel, sacude la cabeza y vuelve a mirar el oleaje que castiga el muro; el salitre se aferra a su cuerpo mientras se encienden las farolas. Echa a andar hacia la orilla, descalza, con la ciudad adormilada a la espalda, soñando con el beso que espera febril en tus labios.
Foto: AndyLeungHK (Pixabay)

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