Después se sentir el pinchazo en la columna vertebral cerró los ojos y soñó que le cercenaban la pierna con un serrucho descomunal. Flotaba a la deriva en un cielo encapotado mientras unos pajarracos negros le cantaban un reguetón al oído. Intentó incorporarse pero los mareos y las náuseas la dejaron postrada en aquella sopa celestial. Sentía que se le iba la vida por el boquete abierto a la altura de la ingle derecha. “Por eso nunca me han gustado los cirujanos. Son matarifes frustrados”, pensaba ella mientras procuraba abrir los ojos. “Necesito escapar antes de que me corten la que me queda”. Una mano enfundada en látex le acarició la mejilla. “Señorita, despierte, ya hemos terminado. La operación ha sido un éxito. Su pierna ha quedado como nueva. Le hemos arrancado de cuajo la vena defectuosa”, le dijo una voz que traspasaba melosa la tela verde del cubrebocas. Sus pupilas miopes y aguijoneadas por la luz de la lámpara que levitaba sobre su cabeza, intentaron adivinar los rasgos faciales que se ocultaban detrás de lo que a ella se le antojó una máscara trágica. “Basta de torturas, hijo de puta. No ves que me estoy desangrando”, gritó ella antes de perder el sentido. “Es la clásica reacción por la anestesia. Ya se la pueden llevar a la sala de recuperación”, dijo impertérrito el cirujano a su ayudante mientras se disponía a limpiar meticulosamente la sierra ensangrentada.