Malos consejos


Él me aconseja todos los días que deje de escribir. Me susurra al oído que soy una maniática o lunática, ya no sé bien. Que es una pérdida de tiempo, que no genera beneficios, que a nadie le importa lo que escribo, que soy cursi y predecible y cientos de razones o sinrazones más. Quisiera deshacerme de él, aplastarlo de un manotazo, arrancarle la lengua, cerrarle la boca con cinta adhesiva. Sin embargo, termino siempre compadeciéndome del infeliz. Lo amenazo con la aspiradora y entonces echa a correr muy asustado, pero es tan pequeño que vuelve a entrar en mi habitación por el primer resquicio que encuentra. Y otra vez comienza con su habitual letanía. Incluso, ha logrado meterse en la pantalla del ordenador y ha intentado agredir a algunas letras. De hecho, ha tenido varios encontronazos con muchas de ellas. A la i, por ejemplo, le arrancó el punto y la pobre decapitada se puso a llorar desconsoladamente. A la indefensa u la empujó con tal fuerza que terminó boca abajo, prácticamente convertida en una n. Sin embargo, en la o encontró la horma de su zapato. Con la gordita no se mete, pensé yo. Mas, ni corto ni perezoso, corrió hacia ella decidido a embestirla como un toro aguijoneado. Perpleja, observé cómo se le ponían los pelos de punta y se le encaraba al intruso la aparentemente inofensiva vocal. Fue casi como una detonación: el fastidioso bicho se estampó contra una letra enfurecida, rebotó y al caer se quedó colgado de la pantalla blasfemando. Después de esta experiencia seguro que me dejará en paz, supuse yo inocentemente. Pero, en apenas unos pocos minutos, la insoportable criatura volvió a la carga. He estado a punto de claudicar, de rendirme ante sus razones o sinrazones para ver si consigo un poco de sosiego. Sin embargo, sé que si renuncio a los caracteres que dan cuerpo a mis ideas, será como quedarme desnuda y perdida en medio de un glaciar. Aunque él no se parece en nada a un insecto, estoy segura de que la alimaña que me atormenta es el clon de Pepe Grillo. Por eso me he comunicado a través del correo electrónico con Pinocho, en un desesperado intento por encontrar una solución a tan peliagudo asunto. No por gusto tiene este otro el corazón de madera: se limitó a decirme que si quiero librarme de la sabandija, tendré que ponerle por lo menos diez tranquimazines en el té. Menudo consejo. No obstante, les aseguro que estoy tan agobiada que ahora mismo es media noche, me encuentro en plena avenida de Mesa y López en ropa de dormir, buscando una farmacia de guardia.

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