El viento intentó desordenar las piezas del alma, pero tus manos pusieron las caricias en su sitio; el mar casi siempre indomable llegó manso y arrepentido hasta mis pies. Recuerdo las olas abandonando la espuma en las piedras, el salitre en los labios, y otra vez tus manos poniendo en orden mi cuerpo en tu orilla.