El jubilado
No se lo puede creer. Cuando era un jovencito costaban un par de centavos. Se quita los espejuelos y los limpia. Vuelve a colocárselos y allí sigue el cartelito con el precio como una burla. Mil ochocientos pesos por una escoba. Seguro que está encantada y puede volar, piensa y sonríe con amargura. No cree