Carne de perro

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Dicen que tiene carne de perro. Aunque el corte sea profundo, duela la herida y sangre el alma, cicatriza durante la noche, allí donde la soledad la acoge. En las madrugadas, cómplices del insomnio, el lamento se refugia en su cubil y se queda callado justo antes del amanecer. La frialdad de la luna menguante la amansa, la arropa y ella se rinde en los brazos del delirio; acepta la herida y el abandono.

Cuentan que va devorando cada pena, que cada latido la mantiene alerta y que, en su agonía,  el aullido traspasa los muros invisibles de la piel y de los labios. Ni una sola palabra la delata; anda en silencio, al filo de la madrugada; los párpados insomnes son su refugio; los recuerdos, la peor tortura. Nadie lo sabe, nadie la compadece, nadie la sostiene en la caída.

Carne de perro en los sentidos. El dolor es ciego, indiferente, punzante; corre ligero sin piernas; vuela bajo como cuervo agorero; cicatriza en la mirada, en las manos que tantean la mitad del lecho vacío. Las lágrimas bajan sigilosas por el borde de la navaja; el dolor es sordo y lame la herida con cautela; mudo se queda, agazapado, hambriento, aceptando el corte, sanando contra todo pronóstico.

Belkys Rodríguez Blanco ©

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