Andan todos desperdigados, como átomos libres viajando sin equipaje por el universo. El primo en Florida, saltando en un castillo inflable en Disney World. Ella en Noruega, intentando cazar cotorras en los fiordos. Los tíos en Filadelfia, paleando la nieve para salir de casa. Todos preguntándose por qué, a santo de qué andan cabizbajos, contemplando sus raíces arrancadas, mutiladas, sangrando. Necesitan encontrar un culpable que los libere de su propia culpa, del destierro, de la nostalgia. La culpa que es un fardo muy pesado y planea como espada de Damocles sobre la conciencia.
Los que se quedaron los buscan cada día por los rincones de la casa familiar, bajo la sombra de la ceiba centenaria, en la voz que se quiebra entonando un bolero, en el aroma del café recién colado, en el cañaveral que se adentra como lengua de mar que lame la tierra roja, en cada nubarrón que presagia el aguacero. Necesitan una huella, una señal, un recuerdo tangible que los salve de la locura. Necesitan saber que la ausencia no ha devorado a los ausentes. Solo las luces agonizantes de la tarde devuelven el sosiego a los que se fueron. Solo el abismo de la noche puede traspasar las endebles paredes de los que se quedaron para despojarlos de la memoria.
Belkys Rodríguez Blanco ©