El ahogado

austin-neill-IraMdOH78NE-unsplash

Se lo tragó el agua o la desidia, no sé bien. Lo cierto es que caminó hasta el borde del acantilado y al cabo de unos minutos desapareció. A pocos metros estaba aparcado su todoterreno con las llaves en el contacto. Una música melancólica sonaba en la radio. Sobre el asiento del copiloto yacía un ramo de rosas blancas. ¿Una ofrenda? Yo qué sé. Julián no era devoto de deidades ni vírgenes. Era un hombre solitario, anodino y descreído.

Su hermana solterona denunció la desaparición unas horas después. Jamás faltaba al té de la tarde y ese día ni siquiera llamó por teléfono. Las alarmas de la vieja enjuta saltaron y fue a ver al comisario. En sus años mozos habían sido novios. Él la dejó con el ajuar comprado y ella lo maldijo y juró no volver a dirigirle la palabra. Qué se creía aquel malnacido, con esas orejas de asno y los espejuelos de cristales culo de botella. En qué estaría pensando ella. Después de todo le había hecho un favor. Su mujer lo había abandonado por borracho y putero.

Casilda habló con su secretaria ignorando la presencia del comisario que la miraba con sorna. Le aseguró que a su hermano le había sucedido algo terrible, que la policía debía actuar de inmediato. Se enjugó un par de lágrimas y salió de la comisaría dando un portazo. La secretaria se persignó y miró con expresión bobalicona a su jefe. Decían las malas lenguas del pueblo que Casilda practicaba la brujería, que le había dado un brebaje a Julián para que ninguna mujer se le acercara. No iba al bar, ni al cine, ni de putas; del trabajo en la imprenta a la casa y luego a tomar el té con su hermana; música clásica, libros de detectives y puzles; se metía en la cama a las nueve de la noche y se levantaba a las cinco de la mañana. Un día tras otro, un año tras año. Tampoco tenía amigos. Dicen que se mató por aburrimiento.

Apareció flotando en la caleta del Diablo. Desnudo, sin ojos, sin labios, sin pelo y con un dedo de menos en cada mano. ¿Víctima de un ritual satánico? El comisario observó el cadáver y se rascó la cabeza. No había visto nada igual en sus cuarenta años de trabajo. ¿Suicidio? ¿Un crimen? El comisario suspiró e intentó buscar respuestas en la mirada atónita de los dos policías que lo acompañaban. El forense llegó desde la capital con cara de pocos amigos. Un ahogado en un pueblucho de mierda, en el fin del mundo. Le habían jodido la partida de ajedrez y el almuerzo del domingo. La autopsia no reveló ningún detalle relevante. Con el informe del forense y unas cuantas averiguaciones, el comisario concluyó que aquello había sido un suicidio, que los peces habían dado buena cuenta de lo que faltaba. Casilda puso el grito en el cielo y sufrió un ataque de nervios. Julián no tenía motivos para matarse. Jamás la dejaría sola.

El caso se cerró y a Julián lo incineraron. Yo nunca la he visto, pero dice la gente del pueblo que Casilda camina en las noches de luna llena hasta el acantilado, apretando contra su pecho la urna con las cenizas de su hermano. Cada vez está más flaca y desgarbada. Algunos creen que también se la tragará el océano un día de estos, que aparecerá flotando en la caleta del Diablo sin lengua y sin brazos. Habladurías de pueblo pequeño. No tienen nada mejor que hacer que inventarse historias como esta. Yo creo que se ha metido en alguna secta buscando consuelo. Lo veo en su rostro demacrado cuando tropiezo con ella en el mercado. Tiene la mirada perdida y va rigurosamente vestida de negro. Pero a mí no me crean. Yo sólo soy una pobre yonqui, adicta a la heroína y a la novela negra. Julián era un buen tío, todavía no me explico por qué lo empujé.

Fotos: Austin Neill/Phill Brown

Si quieres leer otras historias negras pincha en el enlace: https://mujerentreislas.com/acoso/

2 comentarios en “El ahogado”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *