El amor de su bohío

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A mis abuelos


Mientras el sol roza brevemente las montañas de Santa Lucía pienso en la abuela que está en la otra isla. Tierra llana y colorada. Cañaverales, manglar, mango, mamey y mamoncillo. Las gallinas custodiando a los pollitos recién salidos del cascarón. El olor a café acabado de colar y la guajira trajinando en la cocina. Es domingo y viene la familia a comer arroz ensopado. Huele a sofrito. Cierro los ojos y aspiro hondo para que los recuerdos lleguen hasta mi cerebro y alivien mis nostalgias. El abuelo con su cámara Lubitel intenta captar las travesuras de mis primos. Pero los muchachos no se están quietos. La gata negra de Genara ha parido y todos quieren coger a los gaticos que no han abierto aún los ojos. Yo me quedo quieta bajo el limonero y busco la mirada cómplice de la abuela.

La muchacha más linda del pueblo canta delante del fogón. “Valle plateado de luna, sendero de mis amores”. Adapta la letra con desparpajo mientras se acerca al abuelo y lo besa en la espalda. Su lindo playerito le hace cosquillas y ella ríe, y esa risa generosa recorre mi memoria como una cascada de agua limpia que calma la sed del terruño. El abuelo marinero, pintor, guerrero, pescador, el amor de su vida. Y es la ternura la que reina en ese bohío, un domingo de verano, el arroz con pescado humeante sobre la mesa, la voz dulce de la abuela, la linda guajirita, la cosita más bonita que le canta al playerito, un pescador pobre que un día conquistó para siempre su corazón.

Hoy no es domingo y el terruño se desdibuja en la memoria. A miles de kilómetros y frente al mar de otra isla intento rescatar los detalles del pertinaz olvido. Tarareo la canción favorita de la abuela. Echo de menos su voz en la distancia. Jamás he vuelto a probar un arroz ensopado como el que ella preparaba para la familia. Benditos recuerdos que me devuelven lo que soy, de dónde vengo, mi esencia. De isla en isla he saltado como un equilibrista. No sé si habré quemado las naves. Quizás queden otros horizontes por explorar. Quién sabe, el abuelo era marinero y en muchos puertos estuvo. Luego volvió para anclar su velero en la costa sur de una isla verde y cálida, en el corazón de su amada, el amor de su bohío.


Belkys Rodríguez Blanco ©

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