Fue a lamerse las heridas en un rincón de la noche. La luna no lo acompañó esta vez. En solitario gimió por la ausencia de las caricias. La noche, indiferente, miró con disimulo hacia otro lado. No hubo preguntas ni respuestas. Solo el guiño cómplice del silencio. Extenuado, se durmió cuando el amanecer comenzó a desgarrar la oscuridad. Los tímidos destellos de la mañana lo sorprendieron abrazado al último recuerdo.