A Sandra y Dani
Se encontraron el día señalado por el viejo castaño. El sol rozaba levemente los cabellos ondulados de ella. Él, abrazado a un árbol, le susurraba historias olvidadas al viento. Ella se acercó casi flotando y, riendo con picardía, le colocó una flor en la solapa. Él sintió el calor en sus mejillas, agarró la flor y la besó. Como soy experta en los espíritus del bosque, sé que ahora sus caminos se han unido en una sola línea que se diluye en el encanto del bosque de laurisilva. Despegan juntos los pies del suelo y, muy agarrados de la mano, van dejando huellas invisibles en las ramas de los robles, de las araucarias, de las encinas y los alcornoques. Él la abraza cada día al amanecer y entonces se despiertan los latidos de la tierra y el canto de los pájaros.