Son de la loma

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Lleva la música en los genes. Está segura de que tiene sangre africana aunque la gente le diga que parece europea. En esta isla son todos mestizos. “Aquí el que no tiene de congo tiene de carabalí”, solía asegurar su abuelita. La prueba está en el mulato con rasgos asiáticos que atiende las mesas en el bar de Arquelio. Aunque hace calor el local está repleto. Alguien mete una moneda en la vitrola y las primeras notas de un son le acarician los oídos. Los pies de Sandra se mueven solos. Sentada en la barra se refresca los labios con un mojito, recuerda con nostalgia las palabras de su amigo Emilio, un negrito más prieto que el culo de un caldero, y sonríe. “Oye, blanquita, pero si tú pareces francesa, muchacha. Y ni un buen culo tienes para mover al ritmo del son. Pero, écha pa´ cá, chica, que tú y yo podemos bailar en un solo ladrillito”.

A Emilio lo mataron de una puñalada en el barrio de Jesús María. Lo confundieron con un traficante de armas. Era periodista y hablaba tres idiomas. Sandra lo echa de menos, sobre todo cuando alguien mete una moneda en la vitrola y selecciona un son. Ignacio Piñeiro, Ñico Saquito, Compay Segundo, Miguel Matamoros, da igual. Todos son de pura raza y hacen que la música te suba por los pies y te ponga a gozar los sentidos. “Donde haya un buen son, Sandrita, que se quite del medio todo lo demás”, solía decir Emilio con aquel vozarrón que ponía a temblar las paredes.
“Mamá yo quiero saber de dónde son los cantantes…” Sandra no puede aguantar las ganas de moverse y salta a la pista de baile. Las luces de colores que giran frenéticas en el techo la seducen y empieza a marcar los pasos como lo haría una experimentada bailarina del cabaré Tropicana. Cierra los ojos y canta a viva voz la letra grabada en su memoria desde que, siendo una niña, bailaba con su abuelo Felipe en la matiné de los domingos,  en el parque del pueblo. “Que los encuentro galantes y los quiero conocer, con su trova fascinante que me la quiero aprender. Son de la loma y cantan en llano. Mamá ellos son de la loma, mamá ellos cantan en llano…”
Sus pies no pueden parar y su cuerpo empapado en sudor se mueve como el de una sirena que ondula al ritmo de las corrientes caribeñas. “Mueve esas caderas, chica, como si fueras una mulata culona. Deja de hacerte la francesa que tú eres cubana como la palma real”. La voz de Emilio le llega como una ráfaga de viento huracanado, a pesar de la música y la algarabía. Sandra abre los ojos y en una esquina del bar ve la sonrisa amplia y los dientes blanquísimos de su amigo. Demasiados mojitos, piensa, y sin dejar de moverse le hace un gesto al mulato con rasgos asiáticos para que se acerque.  En el centro del salón, otros bailadores siguen el ritmo de la música en una coreografía perfecta. Les da igual si los cantantes son de la loma o del llano. Ni siquiera han reparado en aquella mujer blanca, con apariencia europea, que mueve las caderas y no deja de girar y girar al compás del son.
El Chino, como llaman todos al camarero, deja la bandeja encima de la barra y se acerca a la mujer. El movimiento de caderas y la sonrisa de Sandra lo hipnotizan. Con la destreza de un bailarín la sujeta por la cintura y la pega a su cuerpo con firmeza. Al acercarse, los rostros  se reconocen, las bocas tararean la melodía, los sudores se mezclan, las piernas se acoplan, las caderas no paran de contonearse mientras un negrito más prieto que el culo de un caldero mete una moneda en la vitrola y selecciona otro son para los bailadores que, eufóricos, vitorean a los cantantes que son de la loma pero esta noche prefieren cantar en el llano. 

2 comentarios en “Son de la loma”

  1. Recuerdo bien este son que cantaban los trovadores por las calles de la Habana y me evoca lejanos recuerdos de mi visita a la isla caribeña, de su música y de su gente. Me ha gustado mucho tu relato,….seguiré con el resto. Besos. Fernando

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