A Joaquín por devolverle cada día la esperanza a un niño. A Azahara para que vuelva a sonreír.
Por el tronco del viejo limonero trepa la lagartija. Pretende llegar hasta las hojas para despojarse del traje marrón y vestirse de verde brillante. La niña la observa con curiosidad y luego vuelve a mirar las nubes con tristeza. La mariposa Monarca dibuja un corazón en el viento mientras revolotea sobre el rosal. Le hace un guiño cómplice a la lagartija. Algo traman estas dos.
La niña extiende la mano pero no se atreve a tocar las rosas. Las espinas se yerguen desafiantes. Otra vez sus ojos buscan las formas de las nubes. El colibrí se acerca al limonero y le susurra algo a la lagartija. La cotorra chilla en una rama de la mata de guayaba. Nunca tiene el pico cerrado. El cocuyo, aunque la tarde sigue aferrada al cielo, prende sus ojos y dos focos amarillos como yemas de huevo encandilan a la mariposa. La niña sigue ensimismada en las nubes.
El güije que no cree en los maleficios se zampa la ofrenda que alguien dejó a los dioses africanos al pie de la ceiba. Es un negrito muy travieso y tragón. Con la boca llena y la miel bajando por la comisura de los labios, se queda embobado mirando a la niña de los ojos grandes y el pelo de azabache. Ella deja de contemplar las nubes y con el ceño fruncido observa a aquel negrito que es casi del tamaño de un dedal. El güije se traga el trozo de mango untado con miel, deja el cuenco en el suelo y, de repente, se pone a dar volteretas como un experto acróbata de circo. La chiquilla sonríe y la tristeza se diluye en los hoyitos que se forman en sus mejillas.
La niña con nombre de flor se acerca al limonero y acaricia la piel fría de la lagartija. La mariposa se posa sobre su pelo negro y allí se queda adormilada. Las rosas dejan caer los pétalos sobre sus pies descalzos. El colibrí agita sus alas como si cortejara a la hembra. La cotorra se queda callada, por fin, y el cocuyo se posa en la rama más alta del limonero. Sus ojos brillan como esas estrellas que un día llegan y se quedan encendidas en el corazón para siempre. El güije se abraza al tobillo de la niña, cierra los ojos y siente los latidos de la ceiba. Azahar rodea el árbol con los brazos y su risa llega como la brisa matinal a todos los rincones del monte.
Belkys Rodríguez Blanco ©
2 comentarios en “La flor del limonero”
Ya Azahara está contenta. No sé cuánto tiempo ha estado triste en el pensamiento. El escritor la hizo flor y bella, pero en su conciencia la moldeó de pesar. La escritora la sacó de esa burbuja para vestirla de sonrisas y alegrías. Es la felicidad natural y pura la que ha vuelto. Azahara es ahora, por fin, una princesa entre las flores. Gracias escritora guajira por tan bello relato,
Creo que en ese instante cuando te acercaste a ella y le preguntaste para quién era la flor, ella fue feliz. El escritor la hizo visible y la moldeó con ternura.La escritora se emocionó y la rodeó de los personajes de su propia infancia. Fue una simbiosis, la más bonita que recuerdo.Gracias a ti,escritor isleño por todo lo que aportas y traes de vuelta a mis letras.