A Ángeles. Dos años sin tu sonrisa y sin tus alas.
Entre las piedras incrustadas en la orilla revoloteaba la mariposa. Se cansó de las flores y de la tierra y decidió que el mar era el sitio perfecto para el reencuentro con su esencia.
Posada sobre la arena la vi. Estaba quieta y atenta a las mareas. Creo que esperaba una botella a la deriva, tal vez el grito apagado de un náufrago, o quizás aquellos pétalos rojos que vistieron las olas el día que a ella se le apagó la sonrisa.
“Quita esa cara de tristeza,las mariposas siempre vuelven”, me susurró la brisa marina. Y allí estaba ella, con las alas salpicadas de salitre, abrazada a las caracolas, contemplando el sol que, un día más, jugaba a confundirse con la eterna línea del horizonte.