Mariposa bajo la lluvia

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Los nubarrones bajaron por fin a abrazar las montañas. Las finas gotas se deslizaron sigilosas entre las ramas y las piedras. La tierra tenía sed y por eso no podía descansar. Sus párpados rojizos y abiertos como ventanas al viento, añoraban la lluvia y suplicaban al cielo. Las nubes se compadecieron de su desesperación y poco a poco fueron desabotonando sus grises faldas y dejaron caer sobre el suelo cuarteado unas cuantas gotas danzarinas.

La mariposa temblaba debajo de una hoja de laurel que, en cualquier momento, se quebraría por el peso del agua. Con las alas mojadas no podría volar. Apesadumbrada, se abrazó al tronco del árbol y esperó lo inevitable. Triste destino, pensó, y añoró el sol y el cielo despejado. Maldijo la lluvia sin pensar en la alegría de la tierra y de tantas criaturas que morían de sed a su lado. Resignada, cerró los ojos mientras las gotas iban empapando la fragilidad de su cuerpo.

“Despierta y ven a celebrar el milagro del aguacero”, un lagarto la zarandeaba y le hablaba a grito pelado. “Soy una mariposa, tonto, y si me mojo jamás podré volar”, respondió ella con un hilo de voz. “Eso no es un problema, tengo algo que te protegerá”. El reptil salió disparado y regresó con un enorme paraguas de color verde que tenía pintados unos ojos de sapo y una boca grande y sonriente. Aún temblorosa, la grácil criatura dejó de cobijarse bajo el laurel y, por primera vez, desplegó sus alas y fue feliz revoloteando bajo el aguacero invernal.

Belkys Rodríguez Blanco ©

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