Érase una vez un barquito portugués que fue arrastrado por las corrientes marinas y recaló en las costas de una isla tan pequeña que no aparecía en los mapas. Desorientado y temeroso, intentó aferrarse a algún pensamiento lógico para no perder la razón. Pero los días pasaban, su mente se perdía por laberintos inexistentes, y a pesar de sus súplicas y lamentos, la pleamar nunca lo devolvió a las profundidades. Incontables lunas y amaneceres vio desde la quietud de aquella orilla. Y allí envejeció, despojado de identidad, sin memoria, feliz.
Belkys Rodríguez Blanco ©