Luces del Norte

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A Diego, mi duende del invierno. 

El niño se quedó mirando fijamente el gran ventanal. En sus pupilas se reflejaban aquellas serpientes multicolores y ondulantes que recorrían con parsimonia el cielo polar. La madre lo vio sonreír y agitar las manitos como si quisiera alcanzarlas. Ella también tenía la vista fija en el amplio cristal. No había visto nada parecido porque había nacido en una isla tropical a miles de kilómetros del círculo polar ártico. 
Inesperadamente, la serpiente abandonó la piel color verde y se vistió de violeta, luego de rosado y nuevamente de verde brillante. A ella se le ocurrió que aquello podía ser una danza amorosa. El macho intentaba seducir a la hembra cambiando constantemente de traje. También pensó que podía ser una ceremonia ritual inventada por Freyja, diosa del amor, la belleza y la fertilidad, para enamorar a algún guerrero vikingo. 
La madre se quedó también embelesada observando los movimientos rítmicos de la serpiente celestial. Recordaba haber oído que aquello era un fenómeno magnético, exclusivo de los polos. Su nombre provenía de Aurora, la diosa romana del amanecer y de la palabra griega Bóreas, que significaba Norte. Lo cierto era que ella, como creía en la magia y había hecho un pacto con los elfos islandeses, durante esas noches frías y despejadas, se transformaba en mariposa y volaba para fundirse en un abrazo con la serpiente boreal. 
A mí me contó un troll que habitaba en el Polo Norte que cuando el otoño estaba a punto de darle la bienvenida al invierno, la mariposa, hechizada por los colores de la aurora boreal, se despedía de los elfos con un beso en la frente y se mimetizaba con el color verde brillante. Cuando la noche era más oscura y apacible, se producía la simbiosis perfecta. 
Dicen que Freyja bendijo aquel amor y vaticinó que sería para siempre. Cuentan los peregrinos que se aventuraron a recorrer los magníficos paisajes islandeses, que el día del solsticio de invierno, una serpiente ensortijada y multicolor, apareció en el cielo ejecutando una danza que embrujó a todos los que la contemplaron. Abrazada a su cola iba la mariposa dibujando en el cielo estrellado la sonrisa de un niño. 
Belkys Rodríguez Blanco © 

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