Añoro mi ciudad de fortalezas ancestrales,
de aliento de salitre, de atardeceres eternos,
de techos agónicos, de barcos que se marchan.
Juglar soñoliento que le canta a la espera,
y deja caer sus párpados centenarios,
pero no encuentra reposo a pesar de la noche.
Amasijo de luces que danzan eufóricas sobre las olas,
de vitrales que se tuercen bajo el sol del mediodía,
de tambores, sudor, mulatas como ninfas
y trovadores que desgranan melodías.
Mi ciudad marinera acostumbrada al desaliento,
a la furia de los huracanes, al canto de las sirenas,
al lamento de los que se alejan y no vuelven.
Regresaré a recorrer las calles de mi ciudad,
llegaré un día de primavera y aguaceros,
las consignas habrán desaparecido,
tragadas por la tormenta
y las paredes estarán pintadas de pájaros y flores.
El desánimo agazapado y cobarde,
será un mal recuerdo descolorido.
Solo la esperanza y la libertad
refrescarán mis pies como una ola interminable.
Me sentaré frente al mar, en el muro de siempre
abriré todas las ventanas y agitaré mi pañuelo
como homenaje póstumo a la nostalgia.