La abuela le aseguraba que solo eran boleros de bares y cantinas. Canciones de su época, pasadas de moda. Letras tristes, de gente despechada. Ella no la escuchaba. Sus sentidos se dejaban seducir por la melodía y la letra. No sabía si habían sido sus manos o su boca, tal vez su voz; probablemente la impaciencia de tanto esperar. Daba igual. Allí estaba, pegada a la vieja radio de la abuela saboreando lentamente el bolero y un recuerdo dulce, precisamente en la barra de un bar. “Despierta, muchacha, déjate de bobadas y pon los pies en la tierra”. Ella cerró los ojos y dejó que el deseo le devorara el cuerpo como una culebra hambrienta. Quizás fueron sus palabras, la impaciencia o aquel perfume que se le quedó impregnado en la piel. Daba igual. “Niña, busca un danzón o un cha cha chá, algo más alegre, por Dios”. Pero el deseo se quedó aferrado a la dulce voz de aquel hombre que no sabía cómo había sucedido, solo tenía la certeza de que amaba a una mujer.
Belkys Rodríguez Blanco ©