Corin

husky

A la memoria de una campeona

Mientras veía la película “El llamado de lo salvaje”, se me ocurrió que ella no había muerto. Simplemente su espíritu había viajado a esos bosques interminables en algún lugar en el norte del mundo. Entre ríos y montañas su alma cansada escuchó la voz de sus ancestros y se marchó junto a ellos para correr libremente por un vasto territorio poblado de animales salvajes.

Era una husky siberiana y se llamaba Corin. Recuerdo su hermoso pelaje, la mirada azul apacible, el hocico húmedo pegado a mi piel pidiendo una caricia. Cada vez que la veía imaginaba un trineo, la nieve, la fortaleza de un magnífico animal recorriendo parajes inhóspitos y la nobleza en su corazón.

 

Cuentan que un frío invierno de 1925, una epidemia de difteria afectó a la ciudad de Nome, en Alaska. El suero se agotaba y el avión que debía despegar para traer la medicina no pudo hacerlo debido a las condiciones meteorológicas. Un perro mestizo de husky llamado Balto y sus compañeros atravesaron el estrecho de Bering transportando el medicamento tan necesario para los enfermos. Dicen que la hazaña duró más de cinco días. La fortaleza y la perseverancia de aquellos animales soportando ventiscas y temperaturas extremas salvó a muchos humanos de la muerte, sobre todo niños. Algunas personas y perros que participaron en la expedición no pudieron completar el viaje pues murieron en la peligrosa ruta.

Corin no conoció los trineos ni la nieve porque nació en Cuba. Leyanes, su dueña, me contó que tuvo que comprar un aire acondicionado y la rociaba con agua helada para mantener la calidad de su pelaje. Quería que se convirtiera en una perra de competición. Sin embargo, ella no necesitaba de tantos cuidados. La genética llevaba la voz cantante y el animal, a pesar de las altas temperaturas en la isla caribeña, lucía siempre un pelaje impecable. En el año 2008 se convirtió, con once meses, en el mejor cachorro de su raza en Cuba. Luego ganó numerosos encuentros hasta conseguir el campeonato.

En cierta ocasión alguien la apodó malintencionadamente “la Larvita” porque era más pequeña que las perras de su edad. Se suponía que el tamaño sería un impedimento para ganar la competición, pero Corin sorprendió a todos caminando con un paso perfecto, casi suspendida en el aire, apoyando las puntitas de sus patas. “Era toda una artista”, cuenta Leyanes. Tenía solo once meses y los jueces se quedaron prendados de aquel hermoso animal de gráciles movimientos. Corin quedó en tercera posición en el circuito ‘Best the best’. Participaban perros de todas las razas en el prestigioso certamen.

Cuando la conocí ya era mayor. Ella y su hija Amira vinieron a vivir a Gran Canaria hace unos años. Leyanes había emigrado a esta isla y en cuanto pudo tramitó el traslado de ambas desde Cuba. Mi alma perruna conectó con ellas desde el primer momento. El gran parecido de esta raza con los lobos me cautivó. Junto a ellos, en un bosque al norte del mundo, imagino a Corin correteando y metiendo el hocico en la nieve. Su mirada de azul quieto oteando el horizonte; olfatea el viento y comienza a andar lentamente, como si flotara sobre el pasto que empieza a brotar anunciando la llegada de la primavera.

Foto de portada: Jeroen Bosch

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