El cha cha chá de Cachita


“Cachita está alborotá y ahora baila el cha cha chá”. Pipo, el Mantequilla, sonreía dejando el diente de oro a la intemperie, mientras avanzaba en su flamante Ford del 56 por la calle principal del pueblo. Negro como el culo de un caldero, vestía siempre de blanco y llevaba un pañuelito rojo en el bolsillo de la chaqueta. Para espantar los malos ojos, les decía a sus amigos. El cha cha chá de Cachita o el “cho cho chá de la mulata”, como  él lo había bautizado, lo volvía loco. Era un tema de moda en la radio y lo ponían en todas las estaciones.

Juan, el Jabao, el mejor amigo de Pipo, aseguraba que Cachita era obra de los dioses y el mejor invento de los gallegos, o sea, la mulata o la mulatísima, como él mismo la llamaba cada vez que la veía venir contoneándose al ritmo de un sabroso son de la orquesta Aragón.

—Mami, si cocinas como caminas me como hasta la raspita. Tú con tantas curvas y yo sin frenos —le susurraba el Jabao a Cachita mientras sus ojos estrábicos se clavaban en las nalgas de la mulata.

— ¡Qué feo eres, chico! Blanco como la leche y con pelo, bemba y nariz de negro. A ti te fabricó el Diablo mientras le machacaban los huevos, mijito —y la mulatísima le daba un manotazo y se alejaba riéndose a carcajadas.

—Si yo tuviera los billetes, el carro y la manguera del Mantequilla, otro gallo cantaría, Cachita —el Jabao se quedaba embobado, intentando enfocar el culo de Cachita, hasta que su silueta desaparecía en las Cuatro Esquinas.

Pero  como decía otra canción de moda, la vida te da sorpresas. Una tarde de domingo, mientras la orquesta Aragón interpretaba una de sus emblemáticas canciones en el parque del pueblo, Cachita giraba como un trompo en medio de pista de baile. “Ponme la mano aquí, Macorina”, cantaba con un raro acento un señor vestido de blanco que intentaba seguir el ritmo de la mulata. Ataviado con un traje caro, un sombrero Panamá y un puro en la boca, el hombre no tenía ni idea de cómo se bailaba un son.

—Oye, compadre, ¿quién coño es el vejestorio ese que baila tan mal? —preguntó el Mantequilla sin quitar los ojos de su enamorada.

—No sé, mi hermano, pero esto me huele mal —le contestó el Jabao mientras lanzaba un escupitajo al suelo.

—Pero, ¿qué cojones le pasa al puro este? Le está agarrando la mano a Cachita para ponérsela en la… —sin terminar la frase, el Mantequilla sacó la navaja del bolsillo de la chaqueta y salió disparado en dirección a la pista de baile.

Los bailadores se apartaron aterrorizados y hasta hubo un par de mujeres que se desmayaron mientras se escuchaba aquello de: “Se divierte así el francés y también el alemán, y se alegra el irlandés y hasta el musulmán. Cachita está alborotá, ahora baila el cha cha chá…” En medio de la euforia por la canción de moda, la mulata levantó la vista y vio venir a Pipo como una centella. El viejo que también se había percatado de la situación, se tragó el humo del puro e inmediatamente comenzó a toser. Con la cara enrojecida y los pantalones mojados, Afonso, que así se llamaba el buen señor, se arrodilló y pidió clemencia.

— ¡Pipo, estás loco, chico! —Cachita se enfrentó a su amante, con el rostro sudoroso y los ojos fuera de sus órbitas.

— ¿Qué relajito es este, mulata? Lo vi todo clarito. El viejo te estaba cogiendo la mano para ponérsela en la pinga.

—No, mi vida. Es un malentendido. Este señor es mi tío Afonso, el hermano de mi padre que ha venido de Galicia —aseguró la mulata mientras le acariciaba el rostro.

—Tú viste lo mismo, ¿verdad que sí, Jabao? —Juan, más blanco que un muerto, solo pudo mover la cabeza asintiendo.

— ¿Así que un tío gallego? ¿Tú piensas que yo soy comemierda, Cachita? Y tú, levántate del suelo, viejo verde. Si tú eres gallego, yo soy francés —Pipo guardó la navaja, se pasó un pañuelo blanco por la frente y se acomodó la chaqueta.

Como dijera mi padre, lo que pudo haber acabado como la fiesta del Guatao, refiriéndose a una de las trifulcas más famosas, ocurrida en un guateque en un pueblito de la provincia La Habana, terminó como una celebración familiar: Cachita y los tres hombres se fueron a beber ron al bar de Arquelio. El hombre, enterado ya del desencuentro en el baile, se persignó cuando los vio entrar.
La mulata se sentó en la barra y pidió un mojito. Pipo, dos botellas de ron Bacardí. “El gallego paga, Arquelio”, gritó el negro mostrando su blanquísima dentadura. Cachita, con las piernas cruzadas, se reía a carcajadas mientras saboreaba su cóctel y dejaba al descubierto gran parte de sus esculturales muslos. Pipo y Juan, arrastraron a Afonso al centro del bar. Echaron una moneda en la victrola y seleccionaron la pieza musical de moda.

Al cabo de una hora, borrachos, los tres hombres intentaban improvisar una coreografía como si de una compañía de baile se tratara. Afonso, sudando a mares y rojo como un tomate, miraba de vez en cuando a la mulata y se pasaba la lengua por los labios. Sus pies iban por un lado y la música por el otro. Divertida, ella se bebió el último sorbito de alcohol mezclado con zumo de limón y se unió al trío. “Cachita está alborotá y ahora baila el cha cha chá”, cantaron desafinadamente los tres mientras sus manos sobaban con lascivia las voluptuosas nalgas de la mulata habanera.

Belkys Rodríguez Blanco ©

2 comentarios en “El cha cha chá de Cachita”

  1. Lindo, Belkys, me ha encantado. ¡Qué paladeo a Cuba! Simpático y cargado de ritmo y sabor/saber popular. Escritora: sigue sonando el son y no te extrañe que el ron que tengo guardado para las ocasiones baje su nivel, pues me hubiese encantado acabar siendo cuatro…

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