Ilusiones

burbujas

La abuela le contó a Susana sobre las personas que tenían que abandonar su tierra natal por culpa de la guerra o el hambre. Tenía sólo seis años pero la anciana sabía que era inteligente y muy observadora. Vivían en el tercer piso de un edificio antiguo en la calle comercial de la ciudad. Allí los escaparates exhibían trajes caros y maniquíes de miradas gélidas e indiferentes. A Susana ni siquiera le llamaba la atención la tienda de juguetes. Ella solo esperaba al chico de las pompas de jabón. La abuela siempre la dejaba bajar a la calle cuando venía aquel joven extranjero que se buscaba la vida haciendo felices a los niños. Lo llamaba el Ilusionista. Le había contado a la niña que venía de un país lejano en guerra y que era una buena persona.

“Si le das una moneda, la pompa se convierte en delfín”, decía la abuela mientras depositaba el dinero en la mano diminuta de su nieta. “También he visto mariposas, abuelita, te lo juro”, afirmaba la pequeña mientras besaba sus deditos en cruz. Susana corría hacia el portal, ilusionada, pensando en los animalitos que vería salir de aquellas bolas transparentes y traviesas que bailaban entre las varillas que Goran sostenía con maestría y una gran sonrisa en su rostro de mirada clara.

Mamadou también disfrutaba del espectáculo. Se sentaba muy cerca de Susana y le sonreía. Ella lo miraba de soslayo y luego daba unos salticos para quedarse un poco más cerca del niño. La abuela le contó que el chiquillo venía de un país africano muy pobre, donde los niños no tenían juguetes. Allí, leones, elefantes, jirafas, chitas, gacelas y antílopes corrían en libertad por la sabana, por eso el niño aplaudía y gritaba: “Ahí viene el elefante con su cría. No te acerques que la madre se enfada mucho”. Y la niña se quedaba quieta, con los ojos muy abiertos, observando a aquellas magníficas criaturas que avanzaban hacia ella con elegancia.

Un día nublado de enero murió la abuela. Susana se enfadó muchísimo porque su madre le dijo que se había marchado al cielo, pero no supo explicarle dónde estaba exactamente y si podría ir allí a visitarla. Contrariada bajó al portal con la esperanza de encontrarse con Goran y Mamadou. La calle peatonal estaba desierta y caía una fina lluvia sobre los adoquines. Sentada en la escalera, se llevó las manitas al rostro y comenzó a llorar.

“El cielo está en tu corazón. Allí vivirá tu abuela para siempre”, le susurró al oído una voz dulce con acento extranjero. Era el Ilusionista que había llegado de puntillas y ahora acariciaba los suaves cabellos de la niña. “Hoy no tengo monedas para ti”, dijo ella entre sollozos. Goran sonrió y movió la cabeza en señal de negación: “No necesito dinero para convertir tus lágrimas en mariposas”. Y dicho esto, acercó las varillas al rostro de Susana. Unas pompas de colores comenzaron a revolotear delante de la mirada incrédula de la niña. La fina llovizna cesó y el sol se asomó con timidez. Muy cerca, su amigo Mamadou reía y aplaudía emocionado. Delante de sus ojos volvían a avanzar majestuosos los elefantes de la sabana africana.

Foto: Braedon McLeod

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