Desde las heladas montañas islandesas llega el último troll navideño. La aurora boreal tiñe el cielo de un mar ondulante de colores. El brillo de una estrella marca el rumbo de los sueños. Kertasníkir, el hombrecillo que trae las velas, va llevando la luz a los corazones de la buena gente. Sopla el viento que viene desde el lucero del norte. Una brisa tenue llega al sur, a otra isla, de barrancos, roques, dunas y playas donde el azul sube y abraza el cielo, y donde la luz es una regalo cotidiano. Kertasníkir apaga sus velas y se duerme exhausto en mi ventana. Ha olvidado esta vez dejar el regalo en el zapato. Pero, adivino lo que esconde en su saco: una piedrita élfica, oculta en la montaña de la isla donde, en cierta ocasión, un travieso volcán escupió tanta ceniza al cielo que los aviones no pudieron volar.