La cuartilla en blanco la tienta. Quiere escribir frases coherentes y poéticas pero la rabia la observa desafiante, impertérrita; plantada frente a ella como una estatua invencible la invita a gritar, a blasfemar, a morder su propia herida y a dejar que un hilo de sangre la alivie de sí misma. No hay camino, sólo una cuartilla vacía que la mira de soslayo y bosteza a la espera de la primera frase. Ella la contempla distraída y se estruja las manos con desesperación. No hay palabras, sólo la rabia como animal herido al borde del precipicio. Saltar y descansar o darse la vuelta y luchar con las armas maltrechas de otras batallas. El vértigo es insoportable. Punzante la rabia. Gira el torso y busca su mirada; sin titubear la abraza y a ella se alía. Ahora son un solo cuerpo en una misma guerra. La cuartilla sigue impoluta. Huyen despavoridas las frases lógicas y las metáforas. No hay tregua. Se arranca el escudo y muestra la herida. Viejas cicatrices la custodian. El clamor del combate la apacigua.
Foto: Voltamax (Pixabay)
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