Mientras ella lloraba su ausencia, él invitaba a sus amigos a una noche loca de marcha en un bar de la ciudad. Ella no lo sospechaba o quizás lo intuía, pero prefería seguir creyendo en el cuento de hadas que tanta veces leyó cuando era una niña. “Sé buena chica, Cenicienta, y tendrás zapatos de cristal y comerás perdices”, le oyó decir a la madrastra o a su psicólogo. No lo recuerda con exactitud porque la punzada en el alma era tan fuerte y la mentira tan burda que perdió el sentido y cayó rendida en los brazos de alguien que simulaba ser el príncipe azul. Decepcionada, Amanda se sacudió aquel mal sueño, se secó las lágrimas, cogió la guitarra y se puso a improvisar. Al carajo las calabazas que se convierten en carrozas y los ratones que se transforman en pajes. Ella no era Cenicienta y tampoco necesitaba un príncipe ni unos zapatos tan frágiles y costosos. Por eso, a las doce de la noche, dejó de componer letras tristes, se soltó la melena, se ató bien las zapatillas y se fue a hacer footing . Había aprendido que perder un zapato en el camino no le garantizaba encontrar el amor de su vida.
Belkys Rodríguez Blanco ©