Las verdades y los espejos

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Hoy ha decidido no volver a mirarse en el espejo. Se detiene frente a él, justo antes de lavarse la cara, cierra los ojos e imagina que es solo un cuadro vulgar donde se reflejan los rostros de los otros, de esas tontas marionetas que todavía no han descubierto la verdad y sobreviven ajenas al dolor.
No ha tenido que pagar al psicoanalista para aceptarlo. Sin embargo le da rabia no haberlo asumido cuando sorprendió a la verdad mirándola con sorna, creyéndose inteligente, infalible. No volverá a quejarse. Debe soportarlo sin anestesia, cargar con la cruz de la certeza sin protestar. La culpa es toda suya por creerse las patrañas de Walt Disney.
La verdad la conoce muy bien y la manipula a su antojo. Sabe que sus niveles de tolerancia son muy bajos. Por eso, deja que la duda le crezca como una planta trepadora, de esas que se enquistan desafiantes, se tuercen, succionan los fluidos y finalmente anulan la voluntad.
Ahora, se concentra en el goce de la enredadera tragándose con deleite cada detalle de sus facciones, borrándole hasta el más mínimo vestigio de vanidad. No volverá a caer en el jueguito de los espejos y la mascarilla facial disimulando las ojeras. Al carajo las putas princesas.
Dicen que la mirada es el espejo del alma. Pobre de la que le han asignado a ella, ya no tiene dónde mirarse. Y no hará concesiones. Quedan prohibidos los espejos. Los dichosos artilugios son, más bien, los ojos que la espían, que la acosan y finalmente la delatan. Es más, acaba de romper a martillazos todos los que tenía en casa, aunque eso la condene a siete años de mala suerte por cada demonio derribado. Le da igual.
La suerte es como los gatos. Dicen que cierran los ojos para no agradecer la comida que les ofrecen. Aunque ella la mime, la acaricie y le ponga miel de abeja en la tostada, la muy ramera le sonríe solo para quedar bien, y deja caer intencionalmente los párpados, evitando el compromiso. Felina al fin y al cabo, es indomable y escurridiza. Con el cuento de la libertad y el desmadre, la embauca y termina tomándole el pelo.
Se cansó también de la suerte. De la buena y de la mala. Se cansó de Walt Disney y los cuentos de hadas. Ha metido todo en el mismo saco donde ahora se asfixian las verdades. Y por si acaso, a modo profiláctico, también van ahí dentro los trocitos de espejo, no vaya a ser que a los gatos les dé por comérselos y se atraganten.

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