El verdugo
Disfrutaba con el lamento y las súplicas de los condenados a muerte. Le excitaban el olor a orín y a excrementos. Necesitaba el gentío a su alrededor para ejecutar la sentencia. Los gritos de la multitud le producían placer. Al caer, el convicto no se estrangulaba de golpe. Se quedaba apenas suspendido de la horca