cabalga de espaldas al sol,
y en su rostro va desapareciendo el tiempo.
Escucha el canto de los pájaros del crepúsculo
y añora el mar de invierno mordiendo las rocas en su orilla.
Detenida en el lienzo espera la tristeza como una profecía.
Ya no escucha el dulce canto de las sirenas,
nada le pertenece, solo el navío de su amante,
aquel guerrero que se hizo a la mar
y fue tragado por el abismo para siempre.
Sentada en el sofá huye de su propio ocaso,
de los besos y las promesas.
Los recuerdos son apenas nubecillas que flotan en la espuma,
son alas que se despiden de los lánguidos colores de la tarde.
Una muchacha sentada de espaldas al sol,
acuna en sus brazos los últimos estertores del mar de invierno.