Sirocco

siroco.jpeg


El siroco toca en mi ventana. «Vete, no hay nadie», le digo bajito. Porfiado, como aquellos chivitos desobedientes, insiste en colarse en mi casa. Soy caribeña, de aguaceros y humedades. No entiendo la lengua del viento caliente, con su ropaje desértico. Tengo la garganta reseca y las palabras sofocadas. Invoco un par de dioses nórdicos para ver si caen unas gotitas, pero ellos están en otras latitudes, buscando sirenas del trópico, quizás.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *