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De ausencias y ausentes

Andan todos desperdigados, como átomos libres viajando sin equipaje por el universo. El primo en Florida, saltando en un castillo inflable en Disney World. Ella en Noruega, intentando cazar cotorras en los fiordos. Los tíos en Filadelfia, paleando la nieve para salir de casa. Todos preguntándose por qué, a santo de qué andan cabizbajos, contemplando

La roca en su silencio

La frialdad acarició la roca sin lujuria, sin aspavientos. Ella se estremeció pensando en el abrazo truncado por el destino, en las noches solitarias de luna menguante, en la mueca infame del desamor. La roca resistió el embate de las olas, la impiedad de los vientos, el aullido de la oscuridad y la indiferencia de

Ella en su agonía

A solas con el pescador, la gaviota y el pez en su agonía. Las mareas se niegan a devolver los recuerdos. Se hundieron callados en las profundidades, abrazados a las conchas y los corales. En las rocas se enquistaron las palabras, frases premeditadas, caricias falsas. El grito campa a su antojo dentro del pecho y

La herida

Fue a lamerse las heridas en un rincón de la noche. La luna no lo acompañó esta vez. En solitario gimió por la ausencia de las caricias. La noche, indiferente, miró con disimulo hacia otro lado. No hubo preguntas ni respuestas. Solo el guiño cómplice del silencio. Extenuado, se durmió cuando el amanecer comenzó a

Sombras y amaneceres

Cobíjate bajo tu sombra si te hace falta y bajo la de aquel árbol de tu infancia, si la que proyecta tu alma no es suficiente. Camina despacio y deja que la soledad te haga un guiño cómplice o una mueca, da igual, la arena mojada bajo tus pasos  será el remedio para las penas.

Manchitas

A mi amiga Gabi por su generosidad y a Manchita, por supuesto. “Cuando usted abandona un perro porque “ya no le sirve”, sus hijos aprenden la lección. Quizás hagan lo mismo con usted cuando sea un anciano”. Konrad Lorenz Lo vi mientras conducía. Estaba en la acera, mirando a un lado y a otro. Supuse

La decisión de Amanda

Mientras ella lloraba su ausencia, él invitaba a sus amigos a una noche loca de marcha en un bar de la ciudad. Ella no lo sospechaba o quizás lo intuía, pero prefería seguir creyendo en el cuento de hadas que tanta veces leyó cuando era una niña. “Sé buena chica, Cenicienta, y tendrás zapatos de

La nube descarriada

A Sandra, Dani y Joaquín. La nube negra perdió la noción del tiempo y del espacio y se dejó llevar por el viento cálido y húmedo. Sus hermanas, todas impolutas y fieles al redil, se avergonzaron de la nube descarriada y la enviaron al exilio. Ella, harta de remilgos y desplantes, se lanzó sin remordimientos