Hoy Diego recibirá su primer regalo de Navidad. Tal vez esté pensando que no llegará, o que con catorce años ya no se debe creer en esas cosas, pero seguro que pondrá el zapato en la ventana. Durante la noche un raro personaje llegado desde Islandia le dará una sorpresa.
Si a alguien pudiera parecerle demasiado un Papá Noel, grande y regordete, más tres Reyes Magos, le cuento que en la tierra del fuego y el hielo, una isla que toca el círculo polar ártico, donde en las noches más claras y frías la aurora boreal extiende su manto mágico y multicolor, hay trece Trolls o Santas navideños. Por supuesto, tienen un padre, una madre y además un gato negro y feo que asusta a niños y padres. Trece curiosas criaturas que bajan desde las heladas montañas doce días antes de la Noche Buena, para hacer travesuras y dejar a los niños regalos en sus zapatos.
“Mamma, ¿crees que me he portado bien? No quiero que los “Jólasveinar”, me dejen una papa en el zapato”, me dijo Diego muy preocupado . “Claro que te has portado bien, hijo. Seguramente Stekkjarstaur (el Patas de Palo), el primero de los trolls, traerá algo para ti”, le respondí la primera Navidad que pasamos en Gran Canaria. La verdad es que no estaba muy segura pues pensaba en los miles de kilómetros que tendría que recorrer este personaje desde su casa en la montaña hasta esta isla.
Pero el Patas de Palo fue muy astuto. Sabía que Diego, el cubano-islandés lo esperaba con mucha ilusión. Por eso, le pedí a una gaviota que trajera entre sus alas un regalo para un niño que había adornado su ventana con luces navideñas y había dejado, como cada año, su zapato. Y así, noche tras noche fueron llegando por turno: Giljagaur, el que roba la leche en el establo; Stúfur, el que raspa los restos de la comida en las sartenes; Thörusleikir y Pottaskefill , a quienes les encanta llevarse las cazuelas de la cocina para saborear los restos de los alimentos y Askasleikir, el que lame los platos de los perros y los gatos.
El séptimo, Hurdaskellir, no es tan glotón como sus hermanos, a él le parece lo más divertido del mundo tirar las puertas para asustar a la gente. Skyrgámur es el que más disfruta comiéndose el requesón; Bjúgnakraekir es el que devora las salchichas; Gluggagaegir asoma su fea nariz por la ventana y podría llevarle los juguetes a los niños; Gáttathefur corre detrás de olor de las tartas navideñas; Ketkrókur anda en puntillas en la cocina, listo para sacar de sus ganchos la carne de cordero y nuestro último personaje, Kertasníkir, es el que enciende las velas en Navidad.
Cuentan las sagas islandesas que los Santas eran malos espíritus que venían a los pueblos a robar y a asustar a los niños. Sin embargo, hoy en día las cosas han cambiado y estas extrañas y divertidas criaturas se visten también con trajes rojos y vienen a repartir regalos. Pero, es mejor estar alertas porque suelen ser muy bromistas y podrían llevarse de nuestra cocina un pastel recién horneado o un apetitoso trozo de carne.
Aquel año, Diego me leyó emocionado y en perfecto islandés la carta que le había mandado su troll navideño. Sabía que no lo olvidaría y cuando dejó el zapato en la ventana estaba seguro de que vendría. Le contó a sus compañeros de segundo de primaria que había recibido el primer regalo y ellos, incrédulos, le contestaron que todavía no habían llegado ni Papá Noel, ni los tres Reyes Magos. Ese día como volverá a hacerlo esta noche, el pícaro Patas de Palo soltará una gran carcajada en su morada en la blanca montaña del Esja, mientras el Santa número dos se prepara para el largo viaje.