Desordenadas reflexiones a los 50

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Dice el gran Carlos Gardel que veinte años no son nada; así que, cincuenta tampoco, digo yo. Llegar al medio siglo de vida, con energías, salud y lecciones aprendidas es un gran mérito. Mucho ha llovido y nevado desde que salí de mi primera isla con 29 años. No sé de dónde vienen mis genes nómadas pues creo que no tengo ningún pariente tuareg. Lo cierto es que he saltado de isla en isla como un saltamontes caribeño que, por cierto, según Wikipedia también son migrantes natos. Islas cálidas y gélidas han ido dibujando un mapa con costas en mi piel. Siempre las islas, siempre el mar.

De mi segunda isla, allá por el Círculo Polar Ártico, heredé el carácter vikingo; guerrera indomable, corcho nórdico que siempre sale a flote a pesar de las grandes tempestades y las fuertes corrientes. Superviviente de todo y de mí misma. Siempre en pie de guerra, con el machete listo para librar al camino de las malas hierbas. Los 50 me han sorprendido en mi tercera isla (espero que la definitiva). Por si acaso, he puesto a buen recaudo mis zapatos de trotamundos. El bicho migrante que vive en mí es capaz de inventarse una excusa para volar en busca de otra isla, islote, o cualquier otro pedazo de territorio que flote en algún océano desconocido.

Tal vez han sido mis genes de emigrantes asturianos y canarios los que me convirtieron en un ‘culo inquieto’, como dicen por estas tierras. Lo cierto es que tengo muchas horas de vuelo y mucho camino recorrido. Pero, como sentencian los que saben de esos asuntos del alma: “que me quiten lo bailao”. Gracias a mi vida de saltamontes isleño tengo el cuaderno lleno de anécdotas y el baúl repleto de recuerdos bonitos. Con sus sinsabores, ausencias y nostalgias, bonita es la vida que me ha tocado. Las cicatrices las muestro con orgullo, también las arrugas y las ojeras. A los 50 importan poco el maquillaje y el disimulo. No hay que pedir permiso ni para reír ni para llorar, y mucho menos para amar. Y es precisamente el amor un buen pretexto para tirar el ancla, amarrar la nave y apagar las velas en unas costas cálidas, desde donde ahora escribo estas desordenadas reflexiones en el día de mi 50 cumpleaños.

Foto: Camilla Frederiksen (Unsplash)

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